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Ya sé de sobra que tiene esa sonrisa y esas maneras y todo el remolino que forma en cada paso de gesto que da. Pero además lo he visto ser él mismo y, enserio que eso no se puede escribir en un poema. Por eso, eso que me cuentas de que míralo cómo bebe las cervezas, y cómo se revuelve sobre las baldosas y qué fácil parece a veces enamorarse. Todo eso de que el puede llegar a ser ese puto único motivo
de seguir viva y a la mierda con la autodestrucción... Todo eso de que los besos de ciertas bocas saben mejor es un cuento que me sé desde el día que me dio dos besos y me dijo su nombre. Pero no sabes lo que es caer desde un precipicio y que el aparezca de golpe y de frente para decirte, venga, hazte un peta y me lo cuentas. No sabes lo que es despertarte y que el se retuerza y bostece, luego te abrace y luego no sepas cómo deshacerte de todo el mundo. Que yo también lo veo. Que cuando el cruza por debajo del cielo solo el tonto mira al cielo. Que sé como agacha la cabeza, levanta la mirada y se muerde el labio superior. Que conozco su voz en formato susurro, y formato gemido
y en formato secreto. Que me sé sus cicatrices, y el sitio que lo tienes que tocar en el este de su pie izquierdo para conseguir que se ría, y me sé lo de sus rodillas, y la forma que rozar las cuerdas de una guitarra. Que no sólo conozco su última pesadilla,
también las mil anteriores, y yo sí que no tengo cojones a decirle que no a nada, porque tengo más deudas con su espalda de las que nadie tendrá jamás con la luna (y mira que hay tontos enamorados en este mundo). Que sé la cara que pone cuando se deja ser completamente el, rendido a ese puto milagro que supone que exista.